Todo parecía presentarse bastante bien, no me suele pasar. Porsiaca me puse en alerta. Muy amables con las maletas, las empleadas sonrientes, los asientos super cómodos, unas ventanas panorámicas que los diez turistas húngaros que viajaban conmigo agradecían con los pulgares en alto, caras de muchos amigos por aquí y por allá.

Diez horas nos separaban de Arequipa, dejábamos Nasca un tanto agotados más por la espera para volar sobre las líneas que por las idas y vueltas de la Cessna. Ahora tocaba aprovechar el largo viaje para un descanso, y pensaba que Cruz del Sur iba a ser una buena experiencia.

No presté mucha atención a los televisores que colgaban del techo, a pesar de que ya en la búsqueda de los asientos nuestras cabezas tuvieron que esquivarlos. Claro, en el mapita del bus que se ve en Internet figuran los asientos y no los televisores, de haberlos visto hubiese tal vez intentado inquirir, averiguar, no sé… pero claro, todos somos los mejores entrenadores después de la derrota.

Las primeras imágenes con las que los televisores irrumpieron fueron más bien apacibles: destinos turísticos acompañados de los clásicos esloganes, la musiquita de siempre y cada tanto aparecía la Marca Perú. Comimos un refrigerio que el pasaje incluía y llegó el sueñito, nunca tan bien mecido por el mar y el desierto que las ventanas cubrían. Las pantallas se apagaron.

De aquí en adelante intentaré ser objetivo. Todo empezó con un sonido agudo y metálico que irrumpió en el bus, varios pares de ojos se abrieron al unísono. Eran los televisores que anunciaban una película con esa manía que ahora tienen de hacerlo con un estruendo. Debo reconocer que al principio olvidé a mis compañeros, me dije que si por allí la película es pasable tal vez no era mala idea y que…pero…¿y quienes no entendían el castellano? Es decir todos los que viajaban conmigo, ¿qué harían mientras tanto? Ya que mi cerebro, aún trabajando a medias por el sopor, no tardó en reparar en que el problema no eran las imágenes sino el volumen anormalmente alto.

Recuerdo que dos de ellos me miraron, era claro que se hacían las mismas preguntas. Me levanté y me dirigí a la encargada del servicio –cierto pudor idiomático me impide usar la palabra 'terramoza'– y le solicité que tuviera la amabilidad de bajar el volumen y le expliqué que varios pasajeros no hablan español y preferían descansar. Me dijo que lo sentía pero que el volumen alto es necesario debido al ruido del bus. Repliqué afirmando que la película estaba subtitulada al castellano. Me contestó que la gente no acostumbra leer, ante tan categórica afirmación volví a mi lugar mencionando algo así como que ya podría ser hora de instalar audífonos al tiempo que movía la cabeza en gesto reprobatorio.

Era una de esas cintas que con cinco minutos de emisión bastan para anunciar que serán malísimas. Golpes, autos volando, disparos y gritos. Y mi sufrimiento allí, multiplicado por diez. Lo bueno de las malas películas es que no duran mucho, pero lo malo es que hay muchas de ellas. Tras diez minutos de tregua se inició la emisión de la segunda película, casi copia de la primera, algo que felizmente coincidió con un ascenso a la cordillera que tuvo a mis amigos pegados a las ventanas, más afuera que dentro del bus. Pero el serpentín acabó, algunos se pusieron a leer, otros a ponerse algo a los oídos, otros a escribir...nadie descansaba.

Tener los mejores buses de ruta de Sudamérica no es suficiente para ser una buena empresa, pero sí lo es en cambio para poner nuestro rezago en clara evidencia.

Para la tercera película la encargada utilizó el argumento de que eso establece el manual de instrucciones y que ella no puede contradecirlo, además, con cierta cachita, me espetó que la mayoría de los pasajeros quiere ver más películas. En ese instante planteé un argumento que supuse de peso y que calladamente había preparado por si ocurría lo que vino: afirmé que el ruido de los televisores ponía en peligro la salud de mis amigos, algunos ya de hecho a un paso de caer enfermos por el largo viaje que había comenzado en Lima y que de ello la empresa sería la responsable, que tenga en cuenta que por el contrario, nada malo sucedería a los demás si se optaba por apagar los televisores. Tan fácil como poner el asunto en una balanza. La encargada pareció titubear y mostrar señales de inseguridad, pero pronto volvió a a blandir el argumento de que ella solo cumple con lo que le han ordenado.

La cuarta película levantó en primera a los turistas que tenían los televisores colgando a medio metro, el asunto empezó a alborotarse: las voces se alzaron, las manos se agitaron y hubo hasta intentos de desconectar las pantallas más cercanas al grupo, opción que luego supimos no permitía el sistema eléctrico del bus.

La encargada, algo temerosa ante el viso que tomaban los hechos, aceptó bajar el volumen, nadie de mi grupo celebró lo que era una clara victoria pírrica: tres cuartas partes del viaje habían sido ya arrebatadas al placer de viajar que anunciaba la empresa y la Marca Perú. De vuelta ya en mi asiento, no pude evitar el asociar estos hechos a un problema mayor: nuestra incapacidad en gestionar los recursos que las mejoras económicas han puesto en nuestras manos. Tener los mejores buses de ruta de Sudamérica no es suficiente para ser una buena empresa, pero sí lo es en cambio para poner nuestro rezago en clara evidencia.

Ya de vuelta en Lima, escribí en el formulario que con el título de Atención al Cliente tiene la empresa de transportes en Internet. Como primera respuesta a mi queja solicitaron que les envíe el día y hora del viaje, además de la ruta. 


Les contesté que consideraba que este no era un asunto del personal encargado de la atención del bus, que era un problema de concepción de la empresa ya que otras personas encargadas de grupos me habían informado que habían pasado por lo mismo. Agregué que estaba pronto a hacer otro viaje con un nuevo grupo de turistas y quería saber si había opción de un viaje 'con menos películas'. Confiando en una respuesta positiva –quiero agregar que no soy maximalista y solo aspiro a algunas concesiones– he comprado ya los tickets.

No me contestaron. Tampoco a un segundo intento. Ahora me encuentro con los tickets comprados y una incertidumbre que por momento se decanta en favor del optimismo pero que en otros anuncia la misma historia. Veremos qué ocurre en este nuevo viaje. Hoy, 1 de noviembre, a partir del mediodía volveremos a viajar en esa empresa. Ya les contaré.