Las extensas columnas de refugiados proveniente del medio oriente, calificada ya como las más grandes desde la Segunda Guerra Mundial, ingresan a la Comunidad Europea a través de la frontera que se extiende entre Hungría y Serbia. Se calcula que alrededor de tres mil refugiados ingresan diariamente. En Hungría las opiniones -todos la tienen- son diversas pero de manera predominante van en dos direcciones. Una de ellas considera que estamos frente a las primeras oleadas de una invasión afroasiática que, de no ser detenida, liquidará de manera inexorable a la civilización europea.
Rogán Antal, líder máximo del partido gobernante en el parlamento, acaba de expresar un temor propio de esta primera posición: "no quiero que mis nietos vivan en un Califato europeo”. Novák Előd, por su parte, dirigente del importante partido Jobbik húngaro, afirma que cada día nacen menos húngaros que los refugidos que ingresan al país, y que si la inmigración no es detenida el pueblo magyar está condenado a desaparecer.
Una segunda posición considera, en cambio, que estamos frente a una tragedia humana que requiere de la solidaridad de los pueblos directamente implicados, la que en lo inmediato debe expresarse en brindarles abrigo y alimentación, pero también en ayudar a que los refugiados puedan llegar a sus destinos por las vías de transporte público o por medio de aquellos ofrecidos por las autoridades, y no por medios ilegales. De esta manera habrán menos probabilidades de que vuelva a darse una desgracia como la ocurrida a mediados de agosto, cuando setenta y un sirios, en su afán de romper el cordón impuesto por las autoridades, fallecieron asfixiados en un camión frigorífico de matrícula húngara.
En esta polarización juega un rol importante el actual gobierno, que claramente ha desarrollado una campaña con claros visos xenofóbicos. Dos medidas dadas en este último verano lo delatan: la primera, alquilar con dinero público paneles publicitarios para difundir frases del tipo: "Si vienes a Hungría no le quites el trabajo a los húngaros”, "Si vienes a Hungría respeta las leyes y cultura húngara”. La segunda, haber iniciado la construcción de una valla metálica en la frontera entre Serbia y Hungría para frenar el ingreso de refugiados.
La Campaña del Odio del gobierno, como ha sido calificada por los opositores, ha tenido importantes respuestas de parte de la sociedad civil organizada. Como el colectivo Migration Aid, que ha centralizado las donaciones de la población y asegurado con ello la alimentación de los recién llegados. Pero también han habido esfuerzos individuales en la lucha contra la xenofobia, es el caso del periodista György Kakuk, quien para una mejor comprensión del drama que para un refugiado significa recorrer los más de dos mil kilómetros que separan Siria de Hungría, decidió él mismo realizar casi la totalidad del viaje. Todas las incidencias del mismo han sido publicadas en su página del Facebook en húngaro e inglés.
Viaje a las fuentes
Para Kakuk -lo cuenta en un larga entrevista en la televisión húngara- no es posible entender en su plenitud el drama de esta travesía desde la comodidad de un escritorio, que si bien es cierto que las líneas generales pueden observarse desde la distancia, también lo es el que la carencia de información directa pueden hacer que estas líneas terminen ditigidas por la pura conjetura.
Gracias al relato de Kakuk, accedemos a numerosos sucesos que pudieron haber quedado tan solo en la memoria de sus protagonistas, pero que ahora resultan públicos, y contribuyen a comprender de mejor manera lo sucedido. Por aquella experiencia en que los refugiados descubren que la mano amiga puede estar también en los llamados a oponérseles, que es lo que sucedió cuando muchos policías griegos y húngaros les ayudaron con valiosas indicaciones para que puedan continuar viaje.
Kakuc también cuenta que se encontraba en Macedonia cuando tras unos primeros días de incertidumbre, tanto el gobierno serbio, como el macedonio, repararon en lo imposible que significaba -si no era por medio de la violencia abierta- contener la marea de refugiados. Entonces fue que abrieron sus fronteras. Kakuk señala que a partir de ese momento el negocio del tráfico ilegal de personas, que enriqueció a muchos y agotó los últimos recursos económicos de varios refugiados, se extinguió de golpe. Ya no tenía razón de ser. Medida que ahora mismo el gobierno de Hungría rechaza tomar y que puede estar empujando a los refugiados de Budapest a las manos de los traficantes y a la probabilidad de una nueva desgracia.
Resulta a su vez novedosa su descripción del grupo de refugiados durante la travesía, lo describe como un grupo heterogéneo, en el que se reproducen las mismas clases sociales y económicas de sus respectivos países. Los pobres ahorran todo lo que pueden, caminan y duermen en la intemperie, mientras los más pudientes suelen incluso alojarse en hoteles de mediana categoría. Pero para Kakuk ambos gozan del mismo derecho, ya que el origen de su éxodo es el mismo: huir de la posibilidad de la muerte.
La narración de Kakuc también desbarata el prejuicio de considerar al grupo humano de refugiados como sucio, hediondo y cubierto en harapos. Según su relato descubrimos la vocación de los sirios por correr a cada fuente de agua encontrada para asearse y lavar sus prendas de vestir, así como también la de visitar, es cierto que más bien modestas, peluquerías y centros de belleza.
También contradice la versión de que al interior de estos grupos se agazapan miembros del Ejército Islámico en labor de proselitismo. Según Kakuc, el que la mayoría sean jóvenes, tiene una explicación: son ellos los que con mayor fuerza sufren la amenaza de los tres bandos que luchan en Siria: ser parte de la guerra o morir bajo el cargo de traición.