Ayer se llevó a cabo la octava de la fiesta del Corpus Christi en el Cusco, una celebración que remonta sus orígenes a tiempos prehispánicos. En efecto, al acercarse el solsticio de invierno, las momias de los inkas eran paseadas por sus respectivas panacas por las calles y plazas de la ciudad imperial. Los españoles prohibieron esta costumbre de manera drástica, quemaron las momias y en su lugar –aprovechando la cercanía de fecha- intentaron imponer la fiesta del Corpus Christi. 

Sin embargo, para muchos, el espíritu de los inkas ha tomado cuerpo en las figuras de los santos católicos, y así estos pueden cada año retornar a la ciudad que les fue arrebatada y de esta manera encontrarse con su pueblo. Solo así se explica el por qué estos santos -a diferencia de sus similares en otras partes del mundo- bailan, conversan entre ellos, visten poncho y chullo, y también se alimentan con el plato de la fiesta, el chiriuchu, un picante en base a cuy, huacatay, papas y rocoto.

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