Durante estas dos primeras semanas de mayo, los alumnos que en junio del 2015 terminarán la educación secundaria en Hungría, viven tal vez el periodo más excitante de sus cortas vidas.

En estas fechas ellos rinden los exámenes en los que se pone a prueba lo aprendido durante los últimos seis años. Uno por cada materia. La agitación adolescente no solo es provocada por la procesión interna que experimenta cada alumno, también juegan un rol importante en ella la expectativa de los familiares y en cierta medida la del país entero.

Los noticieros y diarios reportan este acontecimiento al nivel de una fiesta cívico nacional, el primer mandatario de la nación, así como los principales políticos, exhortan a los estudiantes a afrontar esta justa con responsabilidad y esmero. Los estudiantes parecen entenderlo así y asisten a los exámenes con sus mejores trajes y con un talante marcadamente solemne.

Mi primera impresión al presenciar esta escenografía social fue la de considerarla algo desmedida y extemporánea, esto último porque me pareció entrever un rezago de la rigidez y burocracia del Estado socialista que gobernó el país hasta 1989.

Como por lo general le sucede a toda primera impresión, la mía también estaba equivocada.


LAS FUENTES

Poco después de la disolución del Imperio Austro-Húngaro, surgió en este pequeño país una atmósfera de unidad nacional y en ella se instaló una pregunta esencial: ¿cómo sentar las bases de un proyecto nacional de largo aliento que pueda aspirar a un desarrollo continuo y que además pueda sostenerse en los tiempos en que se hagan presentes, por que tarde o temprano han de aparecer, los políticos demagogos y cortoplacistas.

En un acto de inédita lucidez, los líderes de izquierda y derecha volvieron la mirada hacía la educación y se plantearon reformarla desde las raíces. Surgió así el gran consenso político que posibilitaría dar el primer gran paso: la nacionalización de la educación, en otras palabras, la liquidación de la escuela privada, o como ellos le llaman, la fundación de la Escuela Única. La oposición de los terratenientes y de la Iglesia Católica, esta última anulada de golpe por la también poderosa Iglesia protestante, que sí apoyaba la reforma, apenas fue perceptible.

Mis amigos húngaros suelen opinar que este logro muy bien puede sumarse a las otras grandes conquistas de la sociedad moderna, como el derecho al voto universal, a la sanidad pública o a la jornada de las ocho horas. Y sus argumentos son contundentes.

Para ellos un Estado moderno no puede avalar una escuela privada creada para consolidar una educación buena para ricos y otra mala para pobres, por que con ello se desbarata el principio fundamental de igualdad de oportunidades que toda sociedad que se llame democrática debe defender. Los adultos pueden ser prósperos o infelices en función de lo que han logrado construir en sus vidas, eso es aceptable, pero no lo es el que un niño lleve a cabo sus estudios bajo el sino permanente de la desgracia o prosperidad económica de los padres. En una verdadera democracia, todos deben iniciar la competencia de la vida en las mismas condiciones. La equidad en el acceso a la educación debería ser consustancial a todo Estado moderno que se considere heredero de los principios fundados por la revolución francesa: igualdad, fraternidad y libertad. Sin este credencial, la democracia es tan solo ficción.

Además, la democratización de la educación resulta el arma más eficiente para romper la abyecta cadena que hace que los pobres sigan siendo pobres y pone al servicio del país capacidades que en el sistema discriminatorio, terminan siendo frustradas o marginadas.

¿Qué manipulación finamente organizada ha logrado que este paso -a excepción de la Europa nórdica y un par de países- no haya sido dado en el llamado mundo occidental, e incluso sea visto, como sucede en Latinoamérica, como un atentado a la libre empresa? ¿Tiene en ello un rol la Iglesia Católica que teme perder aún más su influencia y poder? ¿O son los grandes capitales reacios a perder las grandes utilidades que les brinda el haber invertido en el sector educación?

Si bien es cierto que Hungría tiene un ingreso per cápita mayor que el del Perú, éste es sin embargo similar al de Chile o Argentina. Es decir los modelos educativos dignos de emular, y el de Hungría lo es, no necesariamente son privilegio de países con un alto nivel económico como Suecia, Noruega o la mentada Finlandia. Puede ser determinante, y lo demuestra el caso húngaro, también una inquebrantable decisión política.

¿Es a su vez necesario replantear la economía nacional -política fiscal y tributaria- para financiar una educación pública de calidad, capaz de enfrentarse a la privada e incluso provocar su extinción? Es evidente que sí, pero éste también es ya un debate abierto, iniciado entre otros por el ya renombrado libro de Thomas Piketty, El Capital.

¿Hay escuelas privadas en Hungría? Sí, muy pocas, éstas han sido fundadas para cubrir la necesidad de una parte de la sociedad que desea para sus hijos una educación alternativa. Entre ellas figuran las escuelas Waldorf y Montessori, las escuelas bilingües, y las religiosas, que se dividen entre católicas y protestantes. ¿Son éstas las mejores? No, según el ranking elaborado para el último informe Pisa, los 10 primeros puestos son ocupados por escuelas públicas. La mejora en la calidad de la educación lo certifican además los 14 premios Nobel que este país de apenas 10 millones de habitantes tiene en su haber, 12 de ellos provenientes de las escuelas nacionales.



EL PROCESO

En Hungría, los niños inician sus estudios entre los seis y siete años de edad, su primera escuela por lo general lo determina su lugar de residencia. La escuela secundaria, en cambio, la escogen los estudiantes, sin ninguna restricción. Algunas escuelas públicas, debido al prestigio que ostentan, generan un exceso de postulantes, en este caso es un examen el que resuelve quienes se hacen de las plazas disponibles.

Al terminar la secundaria los alumnos son citados para los exámenes de mayo, para evitar una extremada tensión, cada día rinden un solo examen. Estos son de carácter universal, es decir, todos los estudiantes que terminan la secundaria, sin excepción, lo rinden. Y, por otro lado, es de carácter único: es el mismo examen para todos, razón por la que es tomado el mismo día y a la misma hora en todo el país. 

El hecho de que sean los mismos exámenes, brinda además al Estado una invalorable información sobre el nivel académico de cada escuela en particular. Ya que al igual que cada estudiante, cada escuela recibe también un puntaje, en este caso resultado del promedio de las notas de sus alumnos. Una escuela que obtenga un promedio deficiente prenderá las alarmas de las autoridades educativas ya que dará pie a la razonable conjetura de que el problema del bajo rendimiento es la enseñanza y no el alumno. Situación que deberá ser corregida para salvaguardar el derecho de los alumnos a una educación con equidad.

Estos exámenes de mayo determinan, en base al puntaje promedio obtenido, si el alumno podrá acceder a la educación superior. Interrogante que finalmente se dilucida a mediados de junio, cuando todas las facultades universitarias publican al unísono los puntajes mínimos requeridos. Quien no logre el ingreso, aún tendrá la oportunidad de rendir los exámenes el próximo mayo e intentarlo nuevamente.

El total de ingresantes se divide en dos mitades, la mitad superior tiene derecho a estudiar gratuitamente, la mitad inferior en cambio deberá pagar sus estudios.

La vocación democrática del sistema no culmina con la educación secundaria, continúa en la universidad a pesar de que éste ya no se corresponde con la educación obligatoria. En efecto, si un alumno gracias al puntaje obtenido logra el derecho a la gratuidad y desea estudiar en una universidad privada, no puede ser impedido de hacerlo, en ese caso el Estado asume el pago de sus estudios universitarios.

¿Cómo puede el Estado cubrir los gastos de aquellos que habiendo obtenido el derecho a la gratuidad optan por estudiar en las universidades privadas?

Lo hace por medio de los ingresos obtenidos a través de las universidades públicas: si un alumno opta por estudiar en una universidad pública, pero se encuentra en la mitad inferior, debe pagar sus estudios tan igual como si estudiase en una universidad privada. Dicho con un supuesto: de tener el Perú este sistema, la mitad superior de los alumnos de la Católica estudiarán gratis gracias al pago que el Estado haría en favor de ellos, la otra mitad en cambio pagaría los estudios de su bolsillo. Por otro lado, la mitad superior de los alumnos de San Marcos estudiaría igualmente de manera gratuita, pero la mitad inferior pagaría sus estudios como si estuviese en una privada.

¿Provoca esto una avalancha hacía las universidades privadas? De ninguna manera, ya que al igual que las escuelas secundarias, las de mayor renombre son las nacionales.

¿Podremos dar alguna vez el gran salto?


(Fotos: nol.hu)